Vanesa, madre de un niño con discapacidad: "Empeoró por el confinamiento y yo me estresé tanto que tuve un ataque de pánico"

Vanesa Pérez, madre de tres niños, uno de ellos con discapacidad intelectual.
Vanesa Pérez, madre de tres niños, uno de ellos con discapacidad intelectual.
E. Buenavista
Vanesa Pérez, madre de tres niños, uno de ellos con discapacidad intelectual.
“Rodrigo tiene una afectación cognitiva del 76%, es un niño con muchas limitaciones”, recuerda Vanesa Pérez..

El 14 de marzo de 2020 el mundo se detuvo en todos los hogares de España. El confinamiento domiciliario decretado por el Gobierno para intentar frenar la expansión del coronavirus alteró completamente nuestros hábitos. Y si para todos fue algo difícil de asumir, hubo personas para las que resultó especialmente complicado. "Rodrigo tiene una afectación cognitiva del 76%, es un niño con muchas limitaciones, y yo no podía explicarle que había un virus y que de momento no podíamos salir de casa", recuerda Vanesa Pérez, sin poder evitar que se le pongan los pelos de punta al retrotraerse a una época "durísima" que tuvo un fuerte impacto en su salud mental.

A esta psicóloga, el estado de alarma le pilló con su marido haciendo un curso en Roma. La previsión cuando se fue era que pasara en casa todos los fines de semana, pero la pandemia obligó a cerrar las fronteras y estuvo semanas sin poder volver. Ella tuvo así que hacer frente a una situación inédita, y ya de por sí inquietante, sin apoyo familiar en Madrid y con tres niños a cargo, uno de ellos con discapacidad intelectual.

"Rodrigo se levantaba todos los días, pillaba su mochila, sus zapatillas de deporte, se asomaba a la ventana y yo no podía explicarle por qué no podía subir al autobús, ir al colegio, volver... Se frustraba mucho, se enfadaba, lloraba. Empezó a dejar de comer. Tiene un trastorno del sueño y empezó a dormir peor. Tiene epilepsia y empezó a tener más crisis… No tenía una rutina y eso revirtió en su estado físico, en su estado mental y en su ánimo", relata su madre. Incluso tuvieron que correr al hospital en tres ocasiones. El menor, de 13 años, se caía constantemente y se hizo varias heridas profundas. Dejando a sus otros dos hijos solos en casa, Vanesa cogía aterrada un taxi, en un momento en que las medidas de higiene para evitar los contagios no estaban nada claras.

El miedo a la Covid, a que su marido se infectara estando a tantos kilómetros de distancia, la incertidumbre por no saber cuándo acabaría todo aquello e incluso las salidas que el Gobierno autorizó a personas con discapacidad o alteraciones conductuales fueron aumentando su malestar. "Salíamos a primera hora o a última porque no quería encontrarme con nadie. Primero por el coronavirus y después por el qué dirán, porque mi hijo no lleva mascarilla. La gente no acababa de comprender que había niños para los que salir a la calle era terapéutico. Entonces, en lugar de ayudarme, necesitaba volver a casa corriendo y esconderme", señala Vanesa sobre una autorización que fue adoptada con el objetivo de evitar conductas disruptivas o una elevada aflicción que se tradujera en lesiones o autolesiones.

"Yo no podía explicarle a Rodrigo que había un virus y que de momento no podíamos salir de casa"

Con todos aquellos mimbres, la ansiedad crónica que esta mujer arrastra desde hace seis años no tardó en aflorar con dureza. Hacía una temporada que la tenía controlada. Llevaba mucho tiempo sin ni siquiera tomar la medicación de rescate, esa que tiene recetada para cuando la sintomatología es muy fuerte. Pero una noche llegó a sentir que se moría: "Conforme Rodrigo empeoraba yo me iba estresando más hasta que aproximadamente al mes tuve un ataque de pánico. Solamente quienes los han sufrido saben a lo que me refiero. Realmente estás experimentando un infarto, un ictus… Aunque yo sé que eso no es real, las sensaciones eran tan fuertes que no podía dejar de llorar. A quién llamaba a las doce de la noche para que viniera a socorrerme. No podía ir a Urgencias porque no podía dejar a Rodrigo con sus hermanos. Fueron horas de agonía".

los niveles de estrés se duplican

  • Un estudio comparativo realizado por la Fundación A La Par entre abril y mayo de 2020 confirma que la población con discapacidad intelectual experimentó cotas de ansiedad dos veces y media superiores a las registradas apenas un año antes. En las pruebas de medición de estrés, estas personas arrojaron 36 puntos de media, frente a los 15 de la era pre-Covid. "Una de las conclusiones más llamativas es que no encontramos diferencias significativas por sexo o edad. Ni las mujeres estaban más o menos preocupadas que los hombres ni las personas mayores más que los jóvenes. Esto último es especialmente interesante ya que tenían un mayor riesgo. Sí se constató una mayor dificultad a la hora de informar de manera verbal acerca de síntomas o para entender y exponer las emociones que les abordaban", apunta Mercedes Hernández Núñez-Polo, psicóloga de la Unidad de Atención a Víctimas con Discapacidad Intelectual y promotora del estudio.

Esa noche puso en marcha todas las estrategias de relajación que ha ido aprendiendo desde que le diera el primer ataque en 2015: control de la respiración, infusiones, baños de agua fría, música, su colección de "series alegres"… Pero desde aquel instante la ansiedad se quedó con ella y fue recurrente. A base de pastillas de rescate, de hablar mucho con su marido por videoconferencia y de recurrir también a conversaciones con amigas que "conocen de primera mano" el problema, Vanesa fue tachando días en el calendario. Poco a poco fue asimilando que, entre seguir luchando contra lo irremediable o adaptarse, lo segundo era lo más sensato. Y en ese camino la ayudó ver que Rodrigo se fue autorregulando y que había ido encontrando la manera de habituarse a la nueva rutina.

No obstante, había entrado ya en una espiral de tristeza y agotamiento y en agosto, tras empezar a tener pensamientos intrusivos y cierto estado de depresión, acudió a una psiquiatra, que le dio el alta el pasado verano. "Llega un momento en que cualquier cosa hace que se desencadene una crisis. No tiene que ser necesariamente una situación de estrés brutal. Cualquier cosa de la vida cotidiana puede hacer que colapses. Yo tengo mucha suerte porque mi marido está muy implicado pero no todo el mundo puede contar con una persona que le apoye", explica.

Ese apoyo del que habla lo ha encontrado también a la hora de exponer a sus hijos, "sin paños calientes", qué es lo que a ella le ocurre. "Cuando en casa hay una enfermedad o un problema de salud mental no solo afecta a la persona que lo sufre, afecta a todo el núcleo, porque te limita, te condiciona, te sientes culpable porque no puedes estar con ellos al 100% y tú no tienes culpa de nada. Es algo que tiene un componente fisiológico y un componente emocional. El componente fisiológico lo podemos controlar con la medicación pero el tema emocional hay que trabajarlo y encontrar el por qué. Y si colaboramos entre todos, si entre todos lo hablamos abiertamente, es más fácil generar un clima que permita ir identificándolo y controlándolo", defiende.

"Parece que tenemos que esconder las emociones negativas y estar todos los días con nuestra mejor disposición. Las emociones básicas son muchas, nos enfadamos, estamos tristes, podemos estar decepcionados... y no pasa nada por verbalizarlo. Si no lo hacemos, cuando los niños se sientan así se van a ver perdidos y no van a saber cómo reaccionar. Y eso hay que hacerlo extensivo a los colegios", continúa y aboga por normalizar estas cuestiones. Esa será la manera de conseguir que quienes padecen problemas de salud mental no se sientan incomprendidos y hasta juzgados: "Siempre te dicen: 'Es que eres muy nerviosa. Tienes más carga de la que puedes soportar'. No, no tiene nada que ver. Es que he desarrollado ansiedad y se ha quedado conmigo". 

Con esfuerzo, y poniéndose en manos de profesionales cuando lo ha necesitado, Vanesa ha logrado ir controlando un estado ante el que la pandemia la volvió a poner a prueba. Sabe que es algo que forma parte de su vida. Pero mientras hubo una época en la que era esa ansiedad la que tenía el control, con el tiempo ha aprendido a tomar las riendas: "Ahora puedo decir: 'Estamos conviviendo pero aquí la que manda soy yo'".

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